Marcelita y su encuentro con Emiliano Zapata

Marcelita no podía dormir, ya era de madrugada pero un miedo que no había sentido antes le invadía el cuerpo de manera tan profunda que instintivamente se abrazo del cuerpo de Justo buscando protección. Había sentido esos rasguños en la pequeña ventana de su humilde morada que daba hacia la barranquilla y ese miedo cerval la hizo invocar tantos padres nuestros que ya había perdido la cuenta. Pero no solo esos rasguños le habían provocado pánico, si no también la noticia de que ya venían los revolucionarios y había que tomar providencias.

Justo le había dicho que ya estaba lista la guarida en la barranca, ahí se iría a refugiar junto con las hijas de la comadre Juana Y no había mucho tiempo que perder; ya se sabia que los revolucionarios andaban por el pueblo de Tecajè y las noticias que se habían escuchado no eran nada halagadoras; venían robando ganado, alimentos y además violando y robándose a las muchachas más bonitas del pueblo. Marcelita sabía que no era la mujer más linda del pueblo pero era joven y de bonitas formas y que podía correr peligro. Así que hizo un envoltorio de algunas prendas con su rebozo y en una bolsita de ixtle puso algunos quesos que ya su madrinita Petra le había regalado la víspera, casi todas las tortillas que había preparado por la madrugada y un poco de cecina de Don Susano, que había comprado Justo el sábado anterior, día de plaza.

Toda la gente en el pueblo andaba alerta, 1911 no era un buen año para nadie, hasta allá llegaba la fama que tenia un hombre que decían se llamaba Emiliano Zapata; pero a Marcelita le parecía que este hombre no era malo ni bandolero como pintaban algunos vecinos de la Tierra de los Conejos si no un hombre valiente por que a ella le había contado a señas Don Diablo, el esposo de su madrinita Petra; que gracias a ese hombre todos los hombres buenos del campo volverían a ser libres y a tener su propia tierra, que a todos les tenia que tocar un cachito nomás por ser hijos de Dios y que no era justo que unos pocos hacendados poseyeran toda la tierra para ellos mismos. Y un hombre que deseara que todos tuvieran su cachito de tierra para sembrar maiz no podia nunca ser malo.

Pero los revolucionarios tenían la mala fama de bandoleros y de hacer desmanes y lo habían hecho en otros pueblos y Marcelita tenia de todas maneras mucho miedo, pero también tenía mucha curiosidad de conocer a los revolucionaros y a lo mejor de ver de lejos a ese hombre tan malo que decían algunos que era Emiliano Zapata, por eso cuando Justo tomo sus pequeño ayate de Ixtle para llevarla a casa de la comadre Juana de donde partirían todas juntas al escondite esa misma noche, antes que arribaran al pueblo esos bandoleros, Marcelita, le dijo a Justo a señas, que no se preocupara que mejor se apurara que ella se iría sola al fin que la casa de la comadrita Juana estaba muy cerca y que mejor el se apresurara a llevar a esconder todo el maíz en el escondite en el fondo de la Barranquilla para que los bandoleros no lo encontrarán y no se lo robaran; y Justo acepto confiado en la serenidad de Marcelita pero también por la apuración y el miedo de perder su pequeña cosecha.

Pero Marcelita no se fue para con la comadre Juana, ya tenia su plan y jalo para la casita abandonada de su recientemente fallecida tía Raymunda dónde hallo un buen escondite tras la troje, desde donde podría ver el Camino Real y el paso de los bandoleros que ya se esperaban para las primeras horas de la mañana.

Estaba clareando y el zumbido se hizo más potente, más y más a cada momento hasta escucharse claramente los cascos de los caballos, cientos de cascos que ya habían arribado por la calle Real desde la cantina de las malqueridas. Marcelita pudo sentir a medias esos tremendos sonidos que seguramente lo eran por que ella podía solo captar los sonidos mas intensos; mordió fuertemente su rebozo con los dientes y sintió un miedo que le subía por la columna vertebral, luego lo sintió instalarse en su cerebro y al unísono arrepentirse por su estupidez, seguro al entrar a la casa de su tía Raymunda la encontrarían; pero pues ya era demasiado tarde y solo se hizo más y más pequeñita en su escondite, hasta quedar como un pequeño ovillo tembloroso.

Pero los cascos de los caballos no se detenían, no parecía que estuvieran haciendo de las suyas, de repente unos gritos de vitoreos de algunos de ellos, “Viva la Revolución”, “Viva Zapata”, el jolgorio era tremendo, los gritos desaforados, la alegría inusitada y no pudo resistirse a la tremenda sensación de alegría que invadía ese tropel, sentìa esos gritos dentro del alma, asi de intesos eran y no era para menos. Emiliano Zapata venia de recuperar por la fuerza las tierras de Villa de Ayala, que eran protegidas por el jefe de policía José A. Vivanco y que dejó en posesión de los campesinos del lugar. Algunos de estos campesino agradecidos se habían unido a Zapata y marchaban en escape de las autoridades de ese lugar. Pero venían felices por haber obtenido una gran victoria para los campesinos de esa población y Marcelita lo intuyo, sintio su corazón inflarse de pasión, una que no había sentido jamás y el miedo se disipo por arte de magia.

Y por fin lo vio al mismo ese que decían que era el bandolero más malo de toda la comarca pero su enorme bigote le pareció a Marcelita encantador, el rostro de ese hombre tan serio pero tan honesto se le quedo grabado en la mente tan profundamente que jamás lo olvidaría. Emiliano Zapata era lo que realmente ella nunca había esperado que fuera pero que lo presentía en el corazòn por los dichos de Don Diablo: Un hombre valiente.